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domingo, 21 de septiembre de 2014

Empoderar y no rematar a las víctimas en Colombia.


 La guerra y no la Paz es el arte del poder tradicional heteronomista, vertical, lineal, neoliberal, neofascista o neocomunista. En el arte del poder los guerreristas acostumbran a rematar a sus víctimas. No a resarcirlos ni reconocerlos como tal. Así ha sido hasta hoy, cuando aún el arte de la guerra les confiere la supremacía global que han ostentado desde hace más de 25 siglos. Por rara   costumbre, ya calcada en los pueblos, ha sido y es en la mente de los empresarios del crimen donde reside la decisión de hacer o no la guerra, lo demás es lo demás, de modo que “paz” solo habrá en Colombia en la medida y la proporción deseada por los amos de la guerra global-glocal. La industria de la guerra es el principal negocio globalizado, si el extremismo glocal de ultraderecha  decide seguir con su negocio de guerra en Colombia quizás nada podrá impedirlo. Ambos bandos tienen todo servido para imbecilizarse en la beodez de la guerra: la mass-media, las armas y un ejército de desempleados que devienen idiotas dispuestos a matar y matarse en nombre de verdades supremas.

Lo patológico de este asunto es que antes, durante y después de la  demencial guerra ambos bandos se creen amos de la verdad absoluta y del poder absoluto, risible asunto porque los científicos se matan los sesos para enunciar   postulados, teorías y probabilidades mientras que los necios se creen con la  certeza de una verdad revelada por una supuesta inteligencia superior. Peor aún, no se creen victimarios de nadie, ni culpables o perpetradores de nada ni sienten remordimiento por el sufrimiento de las víctimas de su orgia de guerra.

En ese orden de ideas, en el congreso de Colombia sucede igual que en cada esquina de barrio, arriba es igual que abajo, los empresarios del conflicto y la guerra se juntan para reeditar y reprogramar sus odios, e igual que sucede con los fundamentalistas sionista-musulmanes, quienes empezaron sus conflictos con una honda y ya amenazan con usar sus bombas atómicas, al igual que ellos, en la primera reedición Colombiana los bandos se emplazan a la revancha y quizás seguirán hasta eliminar sus opositores.

De modo indefectible Colombia sabe que detrás de Álvaro Uribe están los empresarios de la guerra, esa y no otra, es la razón por la cual este enclenque   personaje se siente tan poderoso, así se sentía también otro chiquitín, era Napoleón, hasta que la poderosa mafia monetaria de siempre lo aseguro en Santa Helena. Lo que Uribe no sospecha es que esa misma mafia monetaria global preferiría a JM Santos, y  no a él para regir sus preceptos de poder en estos  lares, Uribe al igual que George W Bush son unos barbaros que los mata el hambre de poder, arriesgan todo y por esa voracidad incontenible la mafia monetaria global podría perderlo todo de un santiamén. Los pillos de la supra-mafia no son tan idiotas para arriesgarse a extremos.  De hecho el movimiento contra esta supramafia de wall-street demostró su potencia arrasadora, en efecto el corporativismo de la trilateral, el bilderberg Group y la CFR se las ingeniaron deponiendo Bush y a Uribe, treparon a Obama y a JM Santos al poder mientras que atizaban guerras en el magreb nor-africano para sacudirse de estos movimientos sociales en Europa y Norteamérica. Entre tanto, en Colombia Uribe traicionaba a sus aliados paramilitares para mostrar sus manos lavadas a la supremacía monetaria global, no obstante, la mafia monetaria criolla y una recua de empresarios del crimen le dan su respaldo ineludible a Uribe.

Lo trágico de esta comedia consiste en que a los Colombianos parece no entrarle en su memoria el legado criminal de estos empresarios de la guerra: los corruptos que pasaron el erario público a sus arcas, los mismos que hoy cambian votos por empleo, aumentan sus riquezas con la industria de la guerra y demás negocios, esos empresarios cuentan con el auspicio de parapolíticos Colombianos, muchos de los cuales están prófugos de la justicia, otros procesados y muchos merodean en el poder gozando de total impunidad.

Sin embargo, la paz no llegara ignorando a los amos y empresarios de la guerra. La paz precisa de dos cosas: hacerla con opositores (con ambos bandos) y que la protagonice el pueblo. No que tenga a los perpetradores de la guerra como protagonistas. El protagonista de la guerra fue el perpetrador y el de la paz ha de ser quien sea capaz de neutralidad para reconstruir los tejidos rotos por la guerra. Ese es el papel de la sociedad civil, la academia y los amigos  de todo el mundo. La paz hay que hacerla con la presencia de los protagonistas del crimen histórico en Colombia: los parapolíticos, los empresarios que se han lucrado y auspician la guerra, los militares que la hicieron, los conspiradores que la siguen haciendo y promoviendo…porque de lo contrario es inútil cualquier esfuerzo, en consecuencia, ya sea en el congreso, en la habana o en la esquina de barrio estarian hablando m...porque los hacedores de la guerra la reemprenderán cuando les venga en gana.

Segundo, la guerra deja heridas, patologías y odios que atentan por siempre con el propósito de paz de prescindir de lo que desune y discernir lo que une. Así pues, basta considerar que ambos bandos se sienten vencedores para colegir que será inexorable la tendencia a perpetuar y reeditar la lucha de contrarios. Por tanto, es a la sociedad civil y su potencialidad de empoderamiento a quien compete garantizar la dignidad  de las víctimas de ambos bandos y a los de la misma sociedad civil. El poder en manos de uno de los dos bandos es falacia. No resuelve nada. No es garantía de equidad social. Profundiza la desigualdad social y amenaza con reeditar guerras y conflictos sociales.
Un verdadero cambio implica cambios culturales-estructurales en lo económico, lo social, lo político. Esto es posible solo repensando el asunto monetario que predetermina tales cambios.  Una moneda social en el contexto de un pacto social y político haría de Colombia una nación del tamaño de los sueños de todos sus ciudadanos: pujante, desarrollada, líder a escala mundial. Eso es lo que los fieles de uno y otro bando, tanto como los que no están en bando alguno, nos merecemos por igual. He aquí una mancomunada empresa de sinergia social y política sin distinción de razas, credos, estatus de ningún orden ni ralea de ninguna clase.